viernes, 1 de febrero de 2008

La presencia de Drake y Cavendish en la costa americana del Pacífico Sur
José Ignacio Gonzalez-Aller Hierro[1]
En los últimos años de su reinado, el Emperador Carlos V se preocupa especialmente de mantener buenas relaciones con Inglaterra hasta el punto de fundamentar en la amistad anglo-española uno de los pilares de su política exterior; ello no es óbice para que ocurran en la mar algunos incidentes. En julio de 1554 se casa su hijo, el príncipe Felipe, con María Tudor, hija legítima de Enrique VIII y Catalina de Aragón, precisamente cuatro meses antes de que la reina María so­lem­nizase la completa restauración del catolicismo en Inglaterra.
Durante el reinado de María Tudor se experimenta un notable impulso del comercio marítimo entre Inglaterra y el norte de Africa -particularmente con Marruecos y Berbería- que suscita entre los ingle­ses el interés por llegar más al Sur, hasta Guinea y Costa de Oro. Por esta razón tienen lugar las expediciones de Thomas Wyndham y John Lock a estos parajes, expediciones que se ven acompañadas por el éxito económico. El hecho carecería de relevancia si la reina María, a instancias de Felipe, no hubiera adoptado la decisión, en 1555, de cortar este incipiente tráfico. Indudablemente, las correrías de los in­gleses hacia el Africa tropical perjudican los intereses españoles y portugueses, pero la medida tomada por la Reina, aparte de resultar perfectamente inútil, tiene quizá el efecto contraproducente de alentar en sus súbditos la codicia por unas riquezas a las que hasta entonces no habían tenido acceso.
Casi simultáneamente surge también otra serie de incidentes en aguas atlánticas, en derredor del archipiélago canario y costas de Ber­bería, donde Alvaro de Bazán apresa, en 1556, dos grandes naves cor­sarias inglesas en las proximidades de Safí. Los orígenes de estos inci­dentes cabe buscarlos en el desarrollo experimentado por el comercio británico del vino con las islas Canarias, cuyo inicio se remonta a los principios del siglo XVI, cuando se establecen allí casas comerciales inglesas a través de factores. El carácter apacible y próspero de este comercio se ve en ocasiones enturbiado por el asalto de corsarios in­gleses a navíos de mercaderes españoles, particularmente a partir de 1540.
Estas fricciones, lejos de las costas de ambos países, no enfrían sustancialmente las relaciones entre España e Inglaterra; pero cuando el 17 de noviembre de 1558 muere sin sucesión la reina María, empie­za a declinar la amistad anglo-española. Nadie conoce, pero ya muchos intuyen, qué nuevos derroteros va a tomar la política exterior inglesa en manos de la reina Isabel.
Después de la paz alcanzada en Cateau-Cambrésis entre Espa­ña, Francia e Inglaterra en abril de 1559, el Rey Felipe II ejerce en Eu­ropa una indiscutible hegemonía política, pues la firma del tratado obliga a Francia -el adversario más fuerte- a renunciar a sus aspiracio­nes en Italia; durante más de treinta años la nación francesa no va a constituir un factor de gran influencia en el concierto europeo y dejará campo li­bre para que España e Inglaterra diriman sus problemas prác­ticamente en solitario.
Por si fuera poco, la línea de rigurosa ortodoxia religiosa se­guida por Felipe se verá pronto reforzada por las conclusiones del Concilio de Trento, que finaliza sus deliberaciones en 1563, lo cual le permite asumir la figura de cabeza principal de la Contrarreforma Ca­tólica. También este aspecto influye negativamente en el mantenimiento de los lazos comerciales tradicionalmente amistosos que unen a Ingla­terra con Castilla y los Países Bajos.
Para el desarrollo de su complicada política, el monarca espa­ñol necesita los caudales que constituyen el punto de apoyo para susten­tar su poder; y este dinero tiene que llegar a la metrópoli desde las ricas minas del Nuevo Mundo cruzando el Atlántico, las que, junto al co­mercio con las Indias Occidentales, son usufructo exclusivo de España.
Este privilegio ejercido sobre el comercio indiano no es fácil­mente aceptado por las restantes potencias marítimas atlánticas, que defienden, lógicamente, el principio de libertad de los mares para im­pulsar sus propias economías. Se comprende, pues, que los ingleses, deseosos de introducirse en tan lucrativo negocio, se sientan empujados hacia actividades clandestinas en las áreas de influencia tradicional­mente consideradas como hispano-portuguesas.
El acceso de la reina Isabel al trono y su inmediata vuelta al an­glicanismo, unido al progresivo enfriamiento de las relaciones con Es­paña que ello trae consigo, impulsan notablemente los anteriores actos piráticos incipientes y se escriben las primeras páginas del con­flicto. En 1560 se registra la acción de Edward Cooke, que ataca y sa­quea un barco español que regresa de las Indias; el año siguiente, la flota de Indias apresa a cinco corsarios ingleses que están actuando so­bre Ma­deira y los conduce a Sevilla.
A pesar de las gestiones del embajador de España, Conde de Feria, con la nueva reina, la ruta de Guinea sigue abierta para Inglate­rra; William Towerson lleva a cabo tres expediciones entre 1556 y 1558 y la experiencia obtenida será aprovechada después en las Indias Occidentales.
La intensificación del comercio con las Canarias y Guinea a que antes aludí, propicia la aparición en escena de John Hawkins, que va a abrir las Indias Occidentales a las apetencias de la reina inglesa. Pro­pietario con su familia de una flota mercantil, Hawkins simultaneó el comercio con las Canarias y el corso en el Canal de la Mancha du­rante la guerra de su patria con Francia (1557-1559). Visitó el archi­piélago e intercambió mercancías con sus naturales en 1560, pero no se contentó con tan poco y decidió ampliar el campo de sus actividades al tráfico de esclavos negros y al contrabando en las costas indianas de dominio español.
John Hawkins se percata de lo lucrativo de la trata de negros durante su viaje a Canarias en 1560. En octubre de 1562 sale a la mar con tres navíos de escaso porte, embarca centenares de negros en Cabo Verde y Sierra Leona y los desembarca en Las Antillas a cambio de oro, plata, perlas y cueros.
La segunda expedición de Hawkins cuenta con la financiación de alguna de las más altas instancias de Inglaterra -la Reina, el conde de Pembroke y Leicester, entre otros- y en ella participan el Jesus of Lu­beck, navío real de 700 toneladas de porte, y otros tres más peque­ños, con dotaciones escasas, pero bien seleccionadas. Se hacen a la vela en Plymouth, el 18 de octubre de 1564; después de rellenar de ne­gros los navíos en Sierra Leona, atraviesan el Atlántico y prosiguen su viaje por las islas de Sotavento y Margarita.
Ante las dificultades que plantean las autoridades españolas de Venezuela para consentir un tráfico inhumano y expresamente prohi­bido, Hawkins opta por utilizar la fuerza y así consigue sustanciales ganancias con las que regresa a Inglaterra. En 1566, John Lowell con tres barcos de Hawkins, en uno de los cuales embarca Francis Drake, repite la experiencia.
Para su tercera expedición corsaria (1568) dispone Hawkins de dos navíos prestados por la Reina, el Jesus of Lubeck, de 700 tonela­das, y el Minion, de 300, y otros cuatro de particulares. Cargada de ne­gros en Sierra Leona, la escuadrilla británica es recibida a cañonazos en Río de la Hacha y Cartagena de Indias, aunque consigue el trueque de su mercancía a la fuerza en Santa Marta, y arrumba a Veracruz para reparar sus maltrechos navíos. Cuando ha llegado a San Juan de Ulúa, Hawkins es sorprendido por el arribo inesperado de una flota española al mando de Francisco de Luján. Siguen una serie de incidentes que fi­nalizan con el ataque de los españoles y el práctico aniquilamiento de la flotilla inglesa el 23 de septiembre de 1568.
San Juan de Ulúa constituye un acontecimiento importante en la escalada de una lucha por la hegemonía marítima entre dos pueblos de larga tradición naval; en este momento cuando la situación pasa de re­celosa y ambigua a hostil, hasta que en 1585 llega a la beligerancia casi absoluta sin situación de guerra declarada. Las diferencias co­merciales y de índole religiosa, que no encubren otra cosa que las apetencias por una supremacía política entre dos potencias -Inglaterra emergente y España en plenitud de poder-, van a adquirir otros y más amplios derroteros al erigirse la reina Isabel en protectora de los Paí­ses Bajos, rebeldes al soberano español, en adalid del protestantismo e impulsora de cuanta empresa tenga como fin abatir el imperio de Felipe II.
Los ingleses perseguían desde antaño lograr el paso al Extremo Oriente (Cathay) a través del Mar del Sur (Pacífico), inspirados en las teorías del doctor Dee, astrólogo, geógrafo y matemático, cuya in­fluencia se puso de manifiesto en todos sus viajes desde los tiempos de Enrique VIII. Frobishser, en sendos viajes que efectuó en 1576 y 1577, buscó el paso por el nordeste de América,[2] y Grenville se inclinó por la opción del sur, hacia el estrecho de Magallanes.
Tal vez este último viaje fue el eslabón desencadenante, aunque no se sabe a ciencia cierta quién inspiró la idea, de que Francis Drake realizara una incursión pirático-comercial al Mar del Sur pasando por el estrecho de Magallanes. Lo que sí es probable es que las órdenes recibidas por Drake incluyesen el regreso a Europa por el mismo ca­mino, una vez cerciorado de las posibilidades “económicas” que po­drían deparar aquellos lugares.
La expedición cuenta con el apoyo abierto de la reina Isabel y está compuesta por cinco navíos muy marineros, aunque pequeños, ex­cepto el Pelikan, capitana de la armadilla, que arquea unas 120 tonela­das y monta 20 piezas de artillería.
Drake sale de Plymouth el 13 de diciembre de 1577 y pasa de largo por las Canarias sin detenerse, hasta llegar al archipiélago de Cabo Verde. Allí captura un navío de Portugal, hecho poco importante en sí, pero de cierta trascendencia para el futuro, pues la presa iba pi­lo­tada por Nuño da Silva, navegante portugués con amplia experien­cia en las aguas indianas y en las carreras de las Molucas. Los ingleses llegan a Brasil en abril de 1578 y, barajando la costa, arriban al Río de la Plata, donde establecen contacto con los naturales y hacen vituallas.
De allí pasan a refugiarse en la bahía de San Julián, en cuyo lu­gar Drake procede al desguace de tres de sus navíos, que se encuentran en muy mal estado, porque necesita leña para combatir el intenso frío austral. Durante su estancia en San Julián reprime severamente la re­beldía, supuesta o real, de su amigo Thomas Doughty, decapitándole después de un juicio sumarísimo. El día 20 de agosto de 1578 sale ha­cia el estrecho de Magallanes y lo atraviesa magistralmente en dieci­séis días; sin embargo, al desembocar en el Mar del Sur, sufre el emba­te de violentos temporales que originan la pérdida del Marigold y la deserción del Elizabeth.[3] En este momento, Drake, en su Pelikan -re­bautizado Gold Hind por su capitán, inspirado en el escudo de su pa­trón Sir Christopher Hatton, cuya cimera representa una cierva de oro saltando-, queda solo, capeando el temporal hasta el 30 de octubre, en que consigue dirigirse hacia el norte.
A partir de entonces comienza sus depredaciones por la costa de Chile, primero en Valparaíso y luego, ya en Perú, en Arica y El Ca­llao; allí conoce que un barco cargado de plata ha salido hace poco hacia Panamá. Emprende su persecución, lo alcanza y apresa a la altura del cabo de San Francisco; el hecho le proporciona un botín de 360.000 pesos que constituye el mayor éxito de la expedición.
En marzo de 1579, frente al litoral de Costa Rica, apresa un bar­quichuelo que lleva dos pilotos de la Carrera de Filipinas y se apo­dera de sus derroteros, cartas de navegación e instrumentos náuticos, mate­riales que va a emplear profusamente en el futuro. Poco después cap­tura a Francisco de Zárate y generosamente le pone en libertad en­se­guida, lo que permite a éste escribir al Virrey de Nueva España dando pormenores interesantes de su apresamiento.[4]
Drake prosigue viaje hacia las costas de México; llegado allá, en abril saquea e incendia Huatulco; amistosamente deja en libertad al piloto Nuño de Silva, el cual relata también sus experiencias al Vi­rrey.[5] Amaga en Acapulco y pasa a California para reparar su navío.
Desde allí decide emprender la vuelta por la misma derrota que llevaron Magallanes y Elcano cincuenta y ocho años antes -el libro de esta navegación estaba en poder de Drake-, y así, después de tocar en las Marianas, contornear Mindanao, una estancia en las Molucas y otra en Timor, en mayo de 1580 dobla el cabo de Buena Esperanza para fondear el 13 de septiembre del mismo año en el estuario de Plymouth. Acababa de completar la segunda vuelta al mundo.[6]
La audacia innegable de Drake, su intuición para atacar lugares indefensos, la sorpresa que causa su llegada al Mar del Sur -por donde nunca habían cruzado navíos armados de tal porte- y la desorientada actuación de las autoridades españolas, que reaccionan mal y a deshora, contribuyen al éxito de una incursión pirática que ha dejado para la historia un abundante rastro documental donde se puede com­probar estas aseveraciones.[7] Bien es verdad que, además de confir­marse lo expresado por Xenofonte hace ya muchos años todo lo ines­pe­rado produce un gran efecto, las consecuencias negativas para los inte­reses de España de la incursión de Drake en el Pacífico sur se vieron incrementadas por el error de la autoridad virreinal de no contar o constituir urgentemente una fuerza proporcionada capaz de detener al enemigo y derrotarlo.
La acción de Drake pone por primera vez en evidencia la im­por­tancia que para las relaciones internacionales tiene el escenario geo-estratégico del cono sur de América, pues aunque Felipe II reac­ciona con su proverbial ponderación a los insultos recibidos, eviden­temente está decidido a terminar de una vez por todas con la raíz del mal que amenaza gravemente a su heterogénea monarquía, y ha dis­puesto las primeras medidas encaminadas a asestar un golpe definitivo a la reina Isabel, tras consultar al Príncipe de Parma, gobernador de los Países Bajos españoles, lo que a éste se le ofrece en materia de in­vadir Ingla­terra. El monarca español es consciente de que rige la única nación ca­paz de disponer de los recursos humanos y económicos sufi­cientes para afrontar el reto, y la situación parece favorable. Entre las medidas adoptadas, cabe destacar la creación de un potente ejército de invasión en los Países Bajos al mando de Alejandro Farnesio, el apresto en Lis­boa del núcleo de una gruesa armada a cargo del Mar­qués de Santa Cruz, para apoyar las operaciones que se avecinan, y las disposiciones tendentes a la protección de las flotas que hacen la carre­ra de las In­dias, puesto que ahora más que nunca el oro y la plata del Perú y Mé­xico resultan indispensables para financiar una campaña tan importante como la que se dispone a realizar.
Por su parte, la reina Isabel de Inglaterra, convencida del peli­gro que podría representar para su patria una costa continental europea hostil, viendo asimismo el comercio de sus súbditos hacia el Báltico obstaculizado por la enemistad que manifiestan Dinamarca y Polonia y aminorado el que mantenía con sus antiguos socios mercantiles de los Países Bajos, España, Portugal y el Levante mediterráneo; carente, por otro lado, de posesiones territoriales en las Indias, recurre a todos los medios a su alcance para sobrevivir. Así, tras la declaración pública de hostilidades abiertas contra Felipe II, presta apoyo a los hugonotes de Enrique de Navarra, alienta las pretensiones de don Antonio, Prior de Crato, a la Corona de Portugal y da vía libre a Drake para que parta con una armada apreciable en demanda de las Indias, a la par que fo­menta de nuevo el corso, todo ello dentro de un plan de ofensiva gene­ralizada contra los intereses de España.
En efecto, Drake parte de Inglaterra en septiembre de 1585 y después de atravesar el Atlántico, ataca sucesivamente Santo Domingo en enero de 1586 y Cartagena de Indias en febrero siguiente, para re­gresar a Plymouth con un botín apreciable (26 de julio).
Estos ataques muestran, ante todo, la debilidad del sistema de­fensivo español en puntos claves de las Indias. Resulta evidente que el imperio no está preparado para hacer frente las incursiones puntuales realizadas con medios navales potentes y gente de guerra veterana.
La vasta extensión de los dominios de Felipe II, que impide acudir con prontitud al remedio de todas sus carencias defensivas, y los desacertados nombramientos de las autoridades encargadas de la go­bernación de las ciudades atacadas -oidores y licenciados faltos de la más mínima experiencia militar- han contribuído al éxito de las depre­daciones inglesas, sin restar méritos a la audacia y cualidades militares de Drake. Su expedición ha sido consecuencia de un plan bien medita­do personalmente por él, bajo su propia responsabilidad, y de una eje­cución impecable; es, quizá, donde mejor ha demostrado su iniciativa, sentido de la oportunidad, conocimiento de las vulnerabilidades espa­ñolas y dotes de mando.
Sin embargo, también se ha puesto de manifiesto la incapacidad inglesa para establecerse en las plazas conquistadas a tan escaso pre­cio. Drake es el primero en reconocer tácitamente las limitadas posibi­lidades militares de su patria; sabe que para Inglaterra resulta imposi­ble retener en su poder un solo palmo de terreno de las posesiones ul­tramarinas de Felipe II, pues es consciente de que si lo intenta, tarde o temprano la lenta maquinaria militar del Rey Católico descargará toda su potencia sobre el lugar usurpado y cualquier resistencia sería inútil. Lisboa, las Azores y Amberes son realidades demasiado cercanas en el tiempo para que se hayan podido olvidar fácilmente.
A todo esto, el 11 de mayo de 1586, el embajador don Bernar­dino de Mendoza avisa al Rey desde París acerca de los preparativos de Thomas Cavendish está haciendo en Londres con destino a los Ma­lucos;[8] amplía esta información el 7 de agosto siguiente, especificando que intenta dirigirse a Brasil con pilotos que le proporcionará don An­tonio de Crato.[9]
Cavendish sale a la mar el 22 de julio de 1586 en compañía de Cumberland del que se separa poco después, y continúa hacia el estre­cho de Magallanes con tres navíos y 123 hombres.[10] Toca en las islas de Cabo Verde y la costa de Sierra Leona, atraviesa el Atlántico sur y bordea Brasil y Patagonia para cruzar el estrecho de Magallanes en enero y febrero de 1587, en cuyas inhóspitas regiones encuentra 22 personas, únicos supervivientes de las trescientas de la expedición de Sarmiento de Gamboa que habían permanecido allí. Mediante engaño, Cavendish logra embarcar a uno de ellos, Tomé Hernández, para em­plearlo como intérprete, y abandona a su suerte al resto de aquellos desdichados.[11]
Una vez en el Mar del Sur y después de tocar en la isla de Santa María, barajando la costa desde Concepción (30 de marzo) a Valpa­raíso,[12] llega el 11 de abril de 1587 a Puerto Quintero, cinco leguas al sur de Santiago, donde desembarca ochenta hombres para hacer aguada y leña; treinta de ellos se internan en tierra y allí son sorprendidos por el corregidor Marcos de Vega, quien les causa siete muertos y varios heridos y toma nueve prisioneros. El hecho alarma a toda la costa del Virreinato del Perú.[13]
Hacia el 2 de mayo, Cavendish pasa a la vista de Iquique y el 4 surge en Arica; allí apresa dos fragatas y un navío mercantes, que des­truye posteriormente, y bombardea la población, pero no se atreve a desembarcar al observar que los vecinos están apercibidos.
El 6 se dirige de nuevo hacia el norte con tres navíos y una lan­cha[14] y el 7 es avistado desde el puerto de La Barranca, con tres navíos y una lancha. Los días 8 y 12, el Conde del Villar, virrey del Perú, despacha avisos a la Audiencia de Panamá y adopta las primeras dis­posiciones para perseguir a los ingleses, pero de nuevo, como ocurrió con Drake nueve años atrás, la falta de medios navales es notable, limi­tándose a unos cuantos navíos desarmados que el general Pedro de Or­tega había llevado a Panamá, mientras en la costa de Perú ni siquiera existen.[15]
Thomas Cavendish prosigue incansable su viaje; el 13 de mayo es descubierto desde Pisco,[16] allí permanece dos días, durante los cuales envía una lancha hasta Paracas y ochenta hombres a tierra que re­embarcan, sin causar apenas daño, al enterarse de la aproximación del corregidor con sus hombres. El 15, la escuadrilla abandona Pisco y se enmara de tal modo que no puede ser avistada desde El Callao de Lima; llegan así al valle de Huarmey, cerca de veinte millas al norte; en la travesía persiguen el navío La Anunciada y otro, que logran esca­par. El 23 los ingleses entran en el puerto de Santa en presencia del navío de aviso de Pedro Barradas, que había enviado el Conde del Vi­llar para apercibir la costa, al que consiguen apresar finalmente.[17] El 24 de mayo surgen en el puerto de Cherrepe, y en sus proximidades apresan dos navichuelos que destruyen una vez saqueados; permanecen aquí hasta el 27, en que prosiguen su correría hacia el norte. El 30 lle­gan a Paita; al observar que los vecinos están apercibidos para la de­fensa del puerto, Cavendish decide bombardearlo con sus tres navíos; hace concurrir el cañoneo a un baluarte construído por los vecinos para la defensa de la ciudad con el desembarco de aproximadamente cien hombres en lanchas, en vista de lo cual los cuarenta defensores se reti­ran tierra adentro; dueños del puerto, los británicos envían como par­lamentario a un piloto de los navíos apresados anteriormente, quien in­forma a los españoles que los corsarios intentan tomar Guayaquil, pa­sando previamente por la isla de La Puna.[18]
Al recibir estas noticias, el virrey decide, por fin, destacar desde El Callao una armadilla -dos navíos y una lancha- con doscien­tos sol­dados y marineros, ocho piezas de artillería y seis versos, al mando de Pedro de Arana, con la misión de navegar hasta Panamá para recoger a los dos galeones de Pedro de Ortega que llevaron allí el oro y la plata de Su Majestad destinada a Tierra Firme, y una vez reunidos los cuatro navíos, reforzados con la artillería y soldados que recibirán de la Real Audiencia de Panamá, buscar al enemigo tanto si ha discu­rrido por Pa­namá hacia el norte como si no lo ha alcanzado; en todo deberá ceñirse siempre a la orden que le entrega por escrito.[19]
Mientras tanto, los ingleses llegan a la isla de La Puna en el golfo de Guayaquil, e inmediatamente desembarcan para descansar y hacer pequeñas reparaciones. El 12 de junio son sorprendidos por el ataque de ochenta hombres procedentes de Guayaquil que les obligan a reem­barcar precipitadamente; en la refriega mueren bastantes ingleses y dejan cuatro prisioneros; también pierden la lancha, armamento y per­trechos.[20]
A pesar de la persecución de Pedro de Arana y la que organiza el Marqués de Villamanrique, virrey de Nueva España -ambas mal co­ordinadas y peor mandadas-, Cavendish continúa su incursión hacia el norte costeando las tierras de la Audiencia de Guatemala y Nicaragua para llegar a Guatulco el 6 de agosto, población que incencia;[21] final­mente, después de tocar en Mazatlán, apresa la nao Santa Ana, que procedía de Filipinas con riquísimo cargamento, el 14 de noviembre, sobre el cabo San Lucas (California) y emprende el regreso a Inglate­rra, donde arriba en septiembre de 1588.
A finales de 1587 llegan a la Corte de Madrid los primeros avi­sos de una nueva incursión inglesa que lleva intenciones de pasar al Mar del Sur. Componen la flotilla dos naos que hacen su aparición en Bahía de Todos los Santos a primeros de marzo de 1587; es la expedi­ción que, organizada por el Conde de Cumberland con la idea de seguir los pasos de Drake y de Cavendish en el Mar del Sur, sale de Grave­sand el 6 de julio de 1586; está constituída por la capitana The Red Dragon al mando de Robert Withrington, de 260 toneladas y 70 hom­bres. Retenidos en el Plymouth Sound y en Darmouth por los vientos contrarios, salen definitivamente de este último puerto el 8 de septiem­bre, reforzados con las pinazas Roe y Dorothic; pasan cerca de Lan­zarote, y se dirigen a Río de Oro y Sierra Leona; avistan tierra brasi­leña el 12 de enero en 28º de latitud sur. Ocho días más tarde apresan dos pequeñas embarcaciones que liberan el 18 de febrero, una vez sa­queadas.[22]
Ante las dificultades para cruzar el estrecho de Magallanes, se ven obligados a dirigirse hacia el norte. Entran de nuevo en Bahía de Todos los Santos el 21 de abril, y a partir de entonces mantienen conti­nuas acciones contra los habitantes y guarniciones de la costa; en junio quedan en el puerto de Camamú, cercano al anterior, a la espera de po­der embocar otra vez el estrecho. A principios de julio, Withrington re­suelve regresar a Inglaterra a pesar de la oposición de Lister. El 9 de septiembre de 1587 avistan la costa inglesa con la amargura de haber fracasado en su expedición.[23]
Las incursiones inglesas en las Antillas y en el Pacífico para ata­car el tráfico naval y las posesiones españolas en las zonas más ri­cas o más australes de América del Sur, tuvieron, a mi juicio, una gran tras­cendencia en la decisión que adoptó Felipe II el 29 de diciembre de 1585, de invadir Inglaterra para
“cortar la raiz de los daños que de allí brotan contra el servicio de Dios (que es lo principal) y el mío, con que tantos males se atajarían y remediarían de una vez; lo que no se remediará con sólo guerrear en las islas de (Holanda y Zelanda) que ellos fomentan y ayudan, tras ser guerra tan difícil y costosa, y incierto y costoso también andar a casti­gar por mar los atrevimientos y robos que corsarios de aquella nación hacen, que piden también justo reme­dio.[24]
Las últimas incursiones de Cavendish y Withrington entre otras provo­caciones, no hicieron más que confirmar lo correcto de ejecutar la empresa de invadir Inglaterra.
El fracaso de la Gran Armada de 1588 que debía cumplir tal co­metido, no fue sino un episodio más de unas hostilidades navales que con muchas vicisitudes duró hasta 1604, cuando ambos contendientes estaban al límite de sus posibilidades económicas y militares, pero que tuvieron como consecuencia primordial resaltar la influencia de la geo­grafía en los conflictos navales, sobre todo en lo que afecta a las co­municaciones marítimas. Aquella pugna elevó el rango de las guerras locales de la Edad Media y mitad del siglo XVI, hasta alcanzar la cate­goría de universales; y, dentro de este contexto, mostró también por primera vez la importancia que en el futuro iba a alcanzar el cono sur de América y de la Antártida en el contexto de las relaciones internaciona­les.

Documentos

1.- Juan de Vargas Mexía a Felipe II, París 25/3/1578, Museo Naval, Madrid (MNM en adelante), ms. 34; colección Fernández Navarrete (FN en ade­lante), t. XXV, doc. 43-1. Bernardino de Mendoza a Felipe II, Londres 31/3/1578, Archigo General de Simancas (AGS en adelante), Secretaria de Estado (E en adelante), Inglaterra, leg. 831-96 y 97.
2.- Bernardino de Mendoza a Felipe II, Londres 31/3/1578, AGS, E-Inglaterra, leg. 831-96 y 97.
3.- Junta de Francisco de Toledo, virrey del Perú, con los oidores y alcaldes de la Real Audiencia de Lima, El Callao 16/2/1579, MNM, ms. 35, FN, t. XXVI, doc. 1.
4.- Juan Lozano Machuca a Felipe II, Potosí, 22/2/1579, MNM, ms. 35, FN, t. XXVI, doc. 2.
5.- Relación de San Juan de Antón, maestre y dueño del navío Nuestra Señora de la Concepción, Panamá 6/3/1579, MNM, ms. 35, FN, t. XXVI, doc. 3.
6.- Acta de la Junta de la Real Audiencia de Panamá, Panamá, 19/3/1579, MNM, ms. 35, FN, t. XXVI, doc. 4.
7.- Juan Solano, teniente general de Costa Rica, al presidente de la Real Au­diencia de Guatemala, Costa Rica 29/3/1579, MNM, ms. 35, FN, t. XXVI, doc. 5-1.
8.- Juan Solano al presidente de la Audiencia de Guatemala, Costa Rica 30/3/1579, MNM, ms. 35, FN, t. XXVI, doc. 5-2.
9.- Diego García de Palacio, oidor de la Audiencia de Guatemala, al licenciado Valverde, Realejo 7/4/1579, AGI.
10.- Valverde a Felipe II, Guatemala 14/4/1579, AGI.
11.- Relación de Gaspar de Vargas, 14/4/1579, MNM, ms. 35, FN, t. XXVI, doc. 8.
12.- Francisco de Zárate a Martín Enríquez, virrey de Nueva España, Realejo 16/4/1579, MNM, ms. 35,FN, t. XXVI, doc. 6
13.- Alonso Criado de Castilla a Felipe II, Panamá 17/4/1579, MNM, ms. 35, FN, t. XXVI, doc. 7.
14.- Relación de Giusepe de Parraces, Panamá 8/5/1579, AGI.
15.- Cristóbal de Eraso al Virrey del Perú, 15/5/1579, MNM, ms. 35, FN, t. XXVI, doc. 9.
16.- Relato de Nuño de Silva, 20/5/1579, Biblioteca Nacional, Madrid, ms. 9372-20, fols. 143 a 148; MNM, ms. 35, FN, t. XXVI, doc. 11
17.- Martín Henríques, virrey de Nueva España, a Toledo, México 26/5/1579, MNM, ms. 35, FN, t. XXVI, doc. 10.
18.- Mendoza a Felipe II, Londres, 10/6/1579, AGS, E-Inglaterra, Leg. 831-184
19.- Bernardino de Mendoza a Felipe II, Londres, 20/6/1579, AGS, E-Inglaterra, Leg. 831-203.
20.- Valverde al presidente de la Audiencia de Guatemala, al licenciado Palacio, general de la armada de la porvincia de Guatemala, Guatemala 30/6/1579, MNM, ms. 35, FN, t. XXVI, doc. 12.
21.- Pedro Sarmiento a Toledo, virrey del Perú, Lima 12/7/1579, Biblioteca Heredia Espínola, Madrid, colección Francisco Zabálburu y Basabé.
22.- Relación del Consejo de Indias, Madrid 10/8/1579, AGS, E-Inglaterra, leg. 831-290.
23.- Valverde a Felipe II, Guatemala 8/9/1579, MNM, ms. 35, FN, t. XXVI, doc. 13.
24.- Valverde a Felipe II, Guatemala 8/9/1579, MNM, ms. 35, FN, t. XXVI, doc. 14.
25.- Bernardino de Mendoza a Cristóbal de Salazar, 28/5/1580, AGS, E-Venecia, leg. 1523-109
26.- Bernardino de Mendoza a Felipe II, 16/4/1582, AGS, E-Inglaterra, Leg. 836-102 y 103.
27.- Avisos anónimos de Inglaterra a Felipe II, Londres 19/4/1582, Bibliotreca nacional, ms. 3556, carp. 19, pp. 71 a 73.
28.- Relación de John Drake, Santa Fe, 24/3/1584, MNM, ms. 35, FN, t. XXVI, doc. 18.
29.- Anónimo, fin de octubre 1586, MNM, ms. 31, FN, t. XXII, doc. 91
30.- Declaración de John Drake, Lima 10/1/1587, MNM, ms. 35, FN, t. XXVI, doc. 22.
31.- Relación anónima, c. mitad marzo 1587, MNM, ms. 35, FN, t. XXVI, doc. 23.
32.- Alonso de Aliranda al Conde del Villar, La Serena, 16/4/1587, MNM, ms. 35, FN, t. XXVI, doc. 24.
33.- Declaración de Tomé Hernández, 16/4/1587, MNM, FN, t. XX, parte 2, doc. 60, pp. 551-572.
34.- Rodrigo Verdugo al Conde del Villar, Lima, 22/4/1587, AGI, Contratación 5108, s/f.
35.- Alonso García Ramón al Conde del Villar; Lima 23/4/1587, AGI, Contrata­ción 5108, s/f.
36.- Conde del Villar a la Audiencia de Panamá, Lima, 23/4/1587, MNM, ms. 35, FN, t. XXVI, doc. 25.1.
37.- Relación anónima, Arica 6/5/1587, MNM, ms. 14, FN, t. V, doc. 3.
38.- Conde del Villar a la Audiencia de Panamá, Lima 8/5/1587, MNM, ms. 35, FN, t. XXVI, doc. 25.2.
39.- Conde del Villar a la Audiencia de Panamá, Lima 10/5/1587, AGI, s.l.
40.- Conde del Villar a la Audiencia de Panamá: Lima 12/5/1587, MNM, ms. 35, FN, t. XXVI, doc. 25.2.
42.- Memorándum de Pedro Zores de Ullua, Lima 19/5/1587, MNM, ms. 17, FN, t. VIII, doc. 16.
43.- Conde del Villar al presidente de la Audiencia de Panamá, Lima, 26/5/1587, MNM, ms. 35, FN, t. XXVI, doc. 25.5.
44.- Conde del Villar a Pedro de Arana, Lima 13/6/1587, MNM, ms. 35, FN, t. XXVI, doc. 26.
45.- Conde del Villar a Felipe II, Lima 14/6/1587, MNM, ms. 35, FN, t. XXVI, doc. 27 (2).
46.- Relación del Conde del Villar, Lima 14/6/1587, MNM, ms. 35, FN, t. XXVI, doc. 27 (1).
47.- Relación anónima, Guayaquil, c. mitad junio 1587, MNM, ms. 14, FN, t. V, doc. 4.
48.- Duque de Medina Sidonia a Felipe II, Sanlúcar, 21/8/1587, MNM, ms. 496, FN, t. XXX, doc. 343.
49.- Antonio de Guevara a Felipe II, Sevilla, 22/8/1587, AGS, Guerra Antigua, Secretaría de Mar y Tierra, leg. 200-33.
50.- Hernando de Montalvo al presidente y jueces oficiales de la Casa de Contra­tación de Indias, Buenos Aires, 22/8/1587, AGI, Contratación, leg. 5108, s/f.
51.- Relación del Conde del Villar, Lima 5/9/1587, MNM, ms. 35, FN, t. XXVI, doc. 30.
52.- Relación del Conde del Villar, Lima 8/12/1587, AGI, s.l.
53.- Marcos de Aramburu al presidente de la Casa de Contratación, fines de di­ciembre 1587, AGI, Indiferente, 2661, s.f.



[1].- Contralmirante de la Armada Española, director del Museo Naval y del Insti­tuto de Historia y Cultura. El artículo corresponde a la ponencia presentada a la II Reunión de Historia Antártica Iberoamericana, organizada por el Insti­tuto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú y la U. de Lima, del 20 al 22 de julio del presente año. Dicha ponencia cuenta con un cuerpo documental abundante, que no ha podido ser editado por razones de espacio pero cuya lista se incluye al final del trabajo [El Editor].
[2].- Doc. 1. Mendoza, comisionado de Felipe II en Inglaterra -nunca embajador- informa al Rey sobre ambos viajes el 31 de marzo de 1578 (doc. 2). En el primero, Frobisher salió de Blackwall en junio de 1576 y regresó a Harwich el 9 de octubre del mismo año; su segundo viaje duró desde el 26 de mayo al 28 de septiembre del año siguiente.
[3].- Al parecer, Drake alcanzó los 66º de latitud sur durante el temporal (doc. 21). El Elizabeth arriba a Inglaterra el 2 de junio de 1579. Mendoza lo co­munica al Rey y proporciona interesantes pormenores del viaje (docs. 18, 19 y 26). Las noticias de la incursión en el Mar del Sur llegan a Europa muy deformadas; incluso se habla de que las autoridades españolas han ahorcado a Drake (doc 25).
[4].- Doc. 12.
[5].- Doc. 16.
[6].- Su primo John Drake participó en el viaje. Años más tarde (1583) se une a la expedición de Edward Fenton al Magallanes y tras diversas vicisitudes cae en poder de los españoles. En Santa Fe, provincia del Río de la Plata, relata la navegación que realizó a las órdenes de su pariente (doc. 28); más tarde amplía su declaración ante el Inquisidor de Lima (doc. 30).
[7].- Docs. 3, 5 a 17, 20 a 24 y 27.
[8].- AGS, E-Francia, leg. K-1564-59. Para prevenir los efectos de esta incursión se eleva al Rey un curioso memorándum previendo lo que en algunos aspec­tos sucederá luego.
[9].- AGS, E-Francia, Leg. K-1564-129
[10].- AGS, E-Francia, Leg. K-1564-136. La flotilla de Cavendish estaba formada por la nao Desire, la nao Content y la barca Hugh Gallant, de 120, 60 y 40 toneladas respectivamente. La mejor versión inglesa contemporánea de su viaje se puede estudiar en la obra de Richard Hakluyt Principal Naviga­tions; en la pág. 809 de la edición de 1589 consta la relación del viaje de 1586-1588, mientras que en el vol. III de la edición de 1598-1600, págs. 803 a 825, figura el relato de Francis Pretty sobre el mismo viaje.
[11].- Por su interés histórico se ha considerado oportuno incluir la relación del viaje de Sarmiento de Gamboa al Estrecho de Magallanes, según la declara­ción realizada por Tomé Hernández en 1620 (doc. 33), copia probablemente de la que hizo ante el gobernador de Chile aludida en el doc. 51.
[12].- Docs. 34, 35 y 40.
[13].- Docs. 32, 33, 36, 40 y 46. De los prisioneros hechos en Quintero, seis se­rían ahorcados por herejes y tres convertidos al catolicismo, recluídos en un monasterio.
[14].- Docs. 37, 40 y 46.
[15].- Docs. 38 a 40 y 46. Es indicativo a este respecto el doc. 42. Las noticias de la presencia inglesa en el Mar del Sur llegan a España en el mes de agosto y causan la natural inquietud (docs. 48 y 49). Marcos de Aramburu expone en un memorándum su opinión sobre la seguridad de las costas del Mar del Sur hasta Nueva España (doc. 53).
[16].- Docs. 41 y 46.
[17].- Docs. 43 y 46. Pedro Barradas fue condenado posteriormente a doscientos azotes y cuatro años de galeras (doc. 51).
[18].- Doc. 46.
[19].- Doc. 44. El virrey del Perú solicita a Su Majestad que los gastos originados por la defensa del Mar del Sur se sufraguen a cargo de la Real Hacienda, y que los despachos de la Corte procedentes de Sevilla se encaminen directa­mente a Cartagena de Indias para que sigan a Nombre de Dios y Panamá, con objeto de evitar las demoras que siempre se producen (doc. 43). Los dos navíos de Panamá están muy a punto, según el presidente de la Audiencia (doc. 51).
[20].- Docs. 50 y 51. Dos de los prisioneros son enviados a Lima; sus declaracio­nes figurasen en este último documento, en el que constan también las pre­venciones adoptadas por el virrey del Perú en las costas de su demarcación.
[21].- Docs. 51 y 52.
[22].- Docs. 31, 50 y 51.
[23].- La versión inglesa contemporánea del viaje de Withrington consta en la obra de Richard Hakluyt, Principal Navigations, Vol. III, págs. 769 á 778 de la edición de 1598-1600.
[24].- AGS, E-Flandes, Leg. 589-15.

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